La película trata sobre un padre con una enorme imaginación que se ha pasado la vida contando historias fantasticas sobre como fue su vida a su hijo. El problema surge cuando el niño a medida que va creciendo se da cuenta de que todo lo que le cuenta su padre son mentiras sin sentido y se cabrea con él por no contarle jamás la verdad. Ahora con su padre al borde de la muerte después de 3 años sin hablarle vuelve a casa para intentar reconciliarse.
A lo largo de la película vemos estas historias que cuenta su padre: su niñez, su marcha del pueblo acompañado de un gigante, sus aventuras en el circo, como conoció a la mujer de su vida, como nació su hijo; protagonizadas por un Ewan McGregor en estado de gracia.
Seguramente la película me haya fascinado tanto por su derroche de imaginación, por ese padre emperrado en contar sus batallitas surrealistas ante un hijo cabreado con un padre que todos hubiéramos deseado tener en nuestra infancia.
Tiene escenas y frases para el recuerdo. Yo sin duda me quedo con esta:
Hay momentos en los que un hombre debe luchar y hay momentos en los que debe aceptar su destino, que el barco ha zarpado, que solo un iluso seguiría insistiendo. Lo cierto es que siempre he sido un iluso.
No he podido evitar emocionarme con el final, un final de esos redondos que hilan toda la historia de forma perfecta y te dejan con un buen sabor de boca. Parece increible que la misma persona que se ríe de forma exagerada viendo las películas de Saw se emocione viendo Big Fish.
Me arrepiento profundamente de no haberla visto cuando era más pequeño.
Dato friki: La primera canción que suena es la misma que escucha la madre de John Locke en su flashback.
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